martes, 15 de abril de 2014

Saludar o no saludar Por Alberto Assa

  
Incisiva y profunda convicción del maestro Alberto Assa, en el papel fundamental que juega la educación en los procesos de socialización humana, en una época en que amparados en resultados justificamos de muchas maneras el no saludar. La mayoría de los trastornos adictivos (drogas, internet, modas, entre otros) que vivimos son productos de la soledad en la que se halla inmerso el ser humano, cuidamos nuestro metro y medio de existencia como única forma de seguridad y nos aislamos de los demás. He ahí la esencia de saludar y poner en comunicación las emociones humanas, todo se produce en la interacción que le da sentido a la vida, una sonrisa, un saludo se convierte en esa magia que te hace pensar lo valiosa que es la vida.

 Una Antigua alumna, excelente educadora, me pregunta con cierta angustia: ¿Qué Hago, profe, cuando noto que alguien con quien trabajo todos los días en el mismo colegio, al verme no me saluda? Hace como que no ve y pasa de largo sin querer saludarme. –Mi respuesta es: salúdale aunque no te salude. -¿Y qué hago si en un concierto o una función de teatro, un señor, a quien aprecio mucho por su inteligencia y cultura, baja la cabeza precisamente cuando yo me apresto a saludarle? Mi respuesta es: Haz como si te imaginaras que no te vio y salúdale con tanta mayor amabilidad –pero es que otras personas me aconsejan lo contrario. Dicen que no debo saludar a quien no quiera saludarme. –Si ya sé. Así piensa la mayoría de la gente. Lo cual no significa que tengan razón. – con o sin razón, de unos u otros, yo sigo desconcertada. -Mira mi hija: en cierta época, cuando yo aún vivía en un pequeño apartamento de un edificio situado en la calle Medellín, entre las carreras Líbano y Olaya Herrera, me encontraba casi todos los días, en el ascensor, con un caballero de alta estatura y fornida estampa. Con su cara siempre seria y sus venerables canas me imponía respeto, yo me apresuraba a saludarlo primero. Al ver que no correspondía a mi gesto cortés, repetía el saludo dos veces. Tres veces. Hasta cuatro o cinco veces, en el mismo ascensor. Y también en la calle. Durante meses ninguna reacción. Hasta que por fin, una tarde, me dio la mano y me felicitó por mi perseverancia en querer saludarle. A él, que no solía saludar nunca a nadie. Por “principio”… -que cosas más extrañas, profe! Hay casos más extraños aun. Cuando yo veo que una persona conocida me evita el camino, dobla precipitadamente una esquina, o tuerce hacia la derecha cuando yo voy por la izquierda, o bien aplasta sus narices contra los vidrios de un escaparate o de una vitrina, en el preciso  momento en que ya puedo ver los pelillos que le cubren la nuca, entonces hago todo lo posible para darle la cara. Si está cerca le doy enseguida un golpecito en el hombro. Si se aleja con rapidez corro velozmente detrás de él hasta alcanzarle y brindarle un ¡Hola! Sonriente y amistoso. Recibiendo a cambio una sonrisa perpleja…-pero ¿no se da cuenta, profe, de que esta cruel clase de saludo forzados es más bien un castigo? –No para mí, sino para quienes tratan de simular que no se percatan de mi cercanía. Y mienten. – ¿Y si alguien que usted persigue con su saludo  no deseado, revira violentamente, le insulta y rechaza toda posibilidad de saludo? –Entonces, mi niña, hay que seguir saludándole, cada vez más amablemente. Quizás  con el tiempo logre civilizarse, humanizarse…Yo creía que los saludos tenían fines más nobles e implicaban buena disposición mutua. Y no esa especie de guerra que usted parece preconizar. –No siempre es como tú te imaginas todo eso. Los saludos sirven para muchas cosas, muy distintas entre sí. Así para convivencia como para la separación. Y hasta para el amor…Al respecto te propongo que leas y medites este fragmento de una carta de Rainer María Rilke: “…ese progreso…transformará de modo radical la vida amorosa, ahora llena de errores, y la convertirá en una relación tal, que se entenderá de ser humano a ser humano, y no de varón a hembra. Este amor más humano, que se consumara con delicadeza y dulzuras infinitas –Imperando luz y bondad así en el unirse como en el desligarse-, se asemejará al que vamos preparando entre luchas y penosos esfuerzos; el amor que consista en que dos soledades se protejan, se deslinden y se saludan mutuamente…”

Y Ahora bien, otra vez de viaje, saludos a Barranquilla. A mis lectores. A mis amigos. Y también a mis enemigos. Sobre todo a mis enemigos.


Columna El Rincón de Casandra, publicada en 1984 En “El Heraldo”

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