Un legado magistral de Amor y comprensión
El 9 de septiembre celebramos en Colombia el Día Nacional de Derechos Humanos. Esta fecha no se escogió al azar. En ella se celebra también la fiesta de San Pedro Claver, el jesuita que entre 1621 y 1654 se consagró en Cartagena al cuidado pastoral de los esclavos negros.
¿Qué relación tiene –preguntará algún espíritu frívolo- un santo confesor del siglo XVII con la defensa de los derechos humanos? ¿Qué vínculo hay entre el manteo de Pedro Claver y los tratados internacionales donde se plasma el reconocimiento de esos derechos? ¿No hallaremos entre los personajes de la historia colombiana otros con mayores méritos en la causa del hombre?
Durante los siglos XVI Y XVII la esclavitud fue justificada por teólogos y juristas con un argumento falaz: el de la desigualdad natural entre los hombres. Autores como Arias de Valdera, López de Segovia y Ginés de Sepúlveda consideraban justa, en virtud de una ley de la naturaleza, la dominación de “los prudentes, probos y humanos sobre aquellos que no lo eran. Así en nombre de la superioridad moral de los españoles y del “estado de Barbarie” de los africanos, quince millones de personas fueron cazadas como fieras y vendidas como bestias de carga en los grandes puertos negreros del Nuevo Mundo. De esta muchedumbre de victimas hubo por lo menos un millón que llegaron a Cartagena de Indias.
Torre del Reloj
En desacuerdo con muchos de sus contemporáneos, Pedro Claver se negó a admitir que dentro de la humanidad existía una división natural jerarquizada entre amos y esclavos, victoriosos y perdedores, dueños de un destino manifiesto y predestinado desde la eternidad a la opresión. Con su voto heroico de “aethiopum semper servus” –esclavo de los africanos para siempre- , el adusto jesuita hizo una opción radical: consagrarse por entero al servicio de los que habían visto rotundamente negada su condición de verdaderos seres humanos.
Monumento a San Pedro Claver
En sus largos años de Ministerio Pedro Claver testimonio hasta el agotamiento que en cada uno de los esclavos veía a un hermano y no un extraño, un igual y no un inferior, un hombre y no un semoviente, una persona y no un ser privada de subjetividad jurídica. Tres siglos antes de que la ONU lo proclamara, el apóstol de Cartagena cumplió a plenitud el primero de los deberes humanos: el de “comportarse fraternalmente” con los demás.
Iglesia San Pedro Claver, en Cartagena
El preámbulo de la Declaración Universal de 1948 reconoce que la violación de los derechos humanos se funda en el desconocimiento de la dignidad inherente a toda persona y en el menosprecio por sus bienes jurídicos iguales e inalienables. Los asesinatos, las torturas y demás actos de auténtica barbarie que hoy ultrajan la conciencia del orbe, son el resultado de una previa deshumanización de las víctimas. Negar la condición humana del que será ejecutado extrajudicialmente o del que va a ser sometido a suplicios o malos tratos, es la misma táctica que emplearon los negreros del tiempo de Claver, o los nazis de hace 50 años. Siempre es más cómodo explotar o matar a quienes ya no se reputan personas.
San Pedro Claver supo descubrir, en la Cartagena del mil seiscientos, que todo hombre es persona. En el desembarcadero, en el almacén y en el hospital apareció ante los degradados por el tráfico infame como “compañero de todos”. La lección magistral de su vida debe iluminar nuestro mundo de hoy, donde millones de hombres, mujeres y niños siguen siendo tratados como si no pertenecieran al género humano
Fuerte de San Felipe de Barajas
Tomado de nova et vetera. Boletín del Instituto de Derechos Humanos Guillermo Cano, ESAP, No. 8 septiembre-octubre de 1991
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